En el segundo día, pasaron por nosotros en una camioneta Sprinter, fuimos los segundos en que nos recogieran, porque en el asiento de copiloto, ya había un brasileño. El guía era un gordito, que se la pasaba tosiendo, sudando y con la respiración tipo Darth Vader, diciendo que solamente tenía un resfriado y que no era COVID. Luego pasamos por una pareja de Uruguay y al final, se subió un chavo de Bélgica, que apestaba a ¨pasuco” que, en idioma chilango, significa patas, sudor y cola. Nunca habíamos olido algo tan pestilente, que tuvimos que aguantar todo el camino hacia el Cajón del Maipo. Nos tuvimos que tapar la nariz, para evitar oler. En una parada que hicimos, para comprar nuestro desayuno, aproveché para abrir la ventana del lado donde él iba. Bajamos a comprar en una tienda unos jugos de naranja y unas empanadas de pino y champiñones, recién calientes y que estaban muy ricas.
Proseguimos nuestro camino hacia el Cajón del Maipo y posteriormente el Yeso. El camino se empezó a tornar de terracería y de repente se ponchó la llanta trasera derecha. Nos bajamos todos, mientras el guía trataba de cambiar la llanta. Tuvimos que ayudarle, porque donde puso el gato, no levantaba por completo la camioneta, por lo que, lo cambió de posición y también tuvo que sacar otro gato, para tener otro punto, logrando subir la camioneta y sacar la llanta, luego ayudé a bajar la llanta de refacción y otras herramientas más. La cambió, el brasileño y el uruguayo también ayudaron y quedó resuelto el problema de la llanta. Volvimos a la Sprinter, llegamos al primer lugar de observación, nos bajamos, y caminamos un buen tramo admirando el valle de las montañas poco nevadas de color distinto y el color turquesa de la laguna de los patos, que por cierto, había pocos. El viento estaba fuerte por lo que, nos regresamos y subimos de nuevo a la camioneta. Llegamos al embalse el Yeso, donde pagamos una entrada hacia el mirador y una cascada. En donde está el mirador, las personas aprovechan para meter los pies al agua y disfrutar de la vista, como lo hizo la pareja uruguaya que iba con nosotros.
En el camino platicamos de fútbol, los uruguayos nos dijeron que solamente eran 3 millones de habitantes y que tienen el dicho de que hay más vacas que personas en Uruguay, dato que es verídico, ya que existen 11.845.000 cabezas de ganado (datos 2018) y una población estimada de 3.444.000 de habitantes, lo que da un promedio de 3,44 vacunos per cápita (fuente: FAS/USDA). Luego fuimos a Plaza de Armas del pueblo San José del Maipo, donde el guía nos dejó, en lo que iba arreglar la segunda llanta que se ponchó. Recorrimos la plaza, compramos un vaso de una bebida tradicional chilena llamada mote con huesillos (duraznos deshidratados con su cuesco), que está hecha con trigo mote cocido mezclado con huesillos en su jugo, hablamos de las espadas de carne brasileñas, los churrascos de Uruguay y de los tacos de México.
El guía pasó por nosotros, nos llevó al túnel Tinoco en el Cajón del Maipo, donde vimos la animita (significado chileno para indicar un lugar de veneración religiosa, como una capilla, santuario, que memoriza un hecho trágico) de “Willy”, donde se podían ver varios agradecimientos dedicados a el mismo, muchas playeras azules del equipo de fútbol Universidad de Chile, peluches, banderas de Chile y remolinos. Cuenta la leyenda, que Willy fue un estudiante de 18 años que se suicidó en el túnel, y que, a partir de ahí, se escuchan voces, gemidos, gritos pero que mucha gente le pide cosas y se los cumple, es por eso, que le dejan ofrendas como agradecimiento dando lugar al alias de santuario de remolinos.
Junto con la pareja de uruguayos, y el brasileño, caminamos por dentro del túnel, donde al inicio no se ve absolutamente nada, aunque solo lo que entraba de luz.Poco a poco, las pupilas se van acostumbrando a la oscuridad. Traté de espantar al uruguayo, poniéndole una mano en el hombro, pero no se espantó. Llegando casi al final del túnel, hay unos arcos del lado, donde entraba bastante luz, y se podían observar del lado derecho unos grafitis.
Al final del túnel, nos estaba esperando el guía en la camioneta, nos llevó a un restaurante para comer, donde pedí un ceviche peruano, que la verdad no me gustó mucho.
Regresamos a Santiago, tomamos nuestras grandes maletas, pedimos un Uber, pero que dos o tres conductores nos cancelaron el viaje. Estuvimos esperando en la calle, como 20 minutos o más, hasta que pasaron por nosotros. El Uber nos llevó de San Martin 92 a la comuna de Vitacura, donde vive una amiga mexicana con su novio argentino. Nos preparó un asado argentino, con cortes muy buenos y buen vino. La pasamos súper bien, los dos muy atentos, serviciales y buena onda. El departamento estaba súper bonito, grande, con estilo, diseño elegante y minimalista. Nos la pasamos en su cocina, súper amplia, con muebles modernos y con muy buen diseño. Nos tomamos la foto en su sala, donde su novio tiene un aparato para bici de interiores. Nos cambiamos la ropa, que nos íbamos a llevar a Puerto Natales, les dejamos la maleta en su departamento y tomamos otro Uber hacia nuestro Airbnb en San Martín.